Industrias
Al impulso de los criterios higienistas y de las preocupaciones por la salubridad, las ciudades españolas fueron dotadas, entre los últimos años del siglo XIX y los inicios del XX, de nuevos equipamientos públicos entre los cuales los mataderos tuvieron una innegable relevancia.
La necesidad de contar con una instalación moderna y eficiente que facilitase de una manera racional el sacrificio de reses y el control higiénico de la carne, incorporando los avances tecnológicos desarrollados en el sector, determinó la construcción en el municipio de Langreo de un complejo arquitectónico destinado a servir como macelo.
El matadero langreano se planifica, avanzada la década de 1910, siguiendo como referente tipológico el del Macelo de El Natahoyo (Gijón), un complejo erigido en 1888 que desgraciadamente no se conserva. En cambio, aunque no en su integridad, sí se ha preservado parcialmente el conjunto del Macelo de Langreo, reconvertido en 2007 en Pinacoteca Eduardo Úrculo, a partir de la intervención acometida por el arquitecto Jovino Martínez Sierra.
El emplazamiento escogido para el matadero respondía a las demandas propias de este tipo de establecimientos: accesibilidad, un cierto alejamiento del núcleo urbano – en el Prado de San Lorenzo, entre las poblaciones de Sama y La Felguera -, abastecimiento de agua procedente del río Nalón, sistema de alcantarillado y buenas condiciones de ventilación. Su planificación es asumida por el arquitecto municipal Enrique Rodríguez Bustelo, aunque la paternidad del proyecto constructivo es compartida: las primeras trazas corresponden al arquitecto Manuel del Busto y la tarea de completar las instalaciones recae sobre Francisco Casariego. A este se adscribe el edificio destinado a almacén municipal, cuadras y cochera, desaparecido a resultas de la referida rehabilitación.
En 1921 el Macelo quedaba inaugurado. Al objeto de lograr la máxima eficacia e higiene en el proceso de matanza el complejo, distribuido en tres líneas edificatorias, fue dotado con los servicios necesarios para garantizar la producción en cadena, con un sistema de carriles aéreos fabricado por Altos Hornos de Vizcaya, equipos y maquinaria que permitían la elevación y colgado de las reses.
Natalia Tielve García
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