Esta ubicación privilegiada, junto al mar, favoreció la elección del lugar para crear un complejo urbanístico y arquitectónico de gran singularidad que constituyó uno de los mejores ejemplos de las políticas de control del ocio paternalistas. En el año 1952 dieron comienzo las obras de construcción de la Residencia proyectada por Federico Somolinos Cuesta, inaugurada en 1954 y que sirvió de precedente para la construcción de la ciudad a partir de 1956.
Seis calles conforman las vías de comunicación del conjunto, en las que se distribuyen pequeños chalés que, por sus dimensiones y planteamientos estéticos, se integran a la perfección con el marco paisajístico en el que se erigen. Las viviendas, de entre uno y tres dormitorios, llevan el sello de destacados arquitectos del momento como Julio Galán, Juan Manuel del Busto, Juan José Suárez Aller o Miguel Díaz Negrete, entre otros. Tanto las habitaciones ofertadas en la Residencia como los citados chalés ofrecían una gran capacidad de alojamiento que llegó a reunir, simultáneamente, a mil quinientas personas, trabajadores y sus familias, vinculadas a las empresas que hacían uso de unas instalaciones elogiadas en el NO-DO con los calificativos de «necesarias», «eficaces» y «modélicas».
Perlora cuenta con amplias zonas ajardinadas y deportivas, aprovechando las cualidades del propio medio natural en el que se sitúa. Sus dos plazas, en las que confluyen las calles del recinto, reúnen los edificios de servicios. Los comedores, la Dirección y la Iglesia de la Sagrada Familia son extraordinarios ejemplos de la modernidad arquitectónica. Tras el cese de la actividad y el derribo de la Residencia, la Ciudad se vio sumida en un repentino abandono que se ha saldado con un conjunto cada vez más deteriorado.
Rubén Domínguez Rodríguez
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