por Javier Fernández López
Director del Museo del Ferrocarril de Asturias y reconocido investigador del patrimonio ferroviario. Vocal de la Comisión de Patrimonio Histórico Industrial del Principado de Asturias y de la Agrupación de Ferrocarriles Históricos Españoles.
Desde las primeras vagonetas mineras, hasta las modernas unidades eléctricas, miles de vehículos surcaron las vías férreas asturianas constituyendo un patrimonio unido indisolublemente a la historia reciente de Asturias.
Desde las primeras décadas del siglo XIX las minas asturianas conocieron el uso de unos vehículos singulares. Aunque de cuerpo de madera, se desplazaban con sus ruedas metálicas sobre primitivos carriles también de hierro. Así con ellos era posible, con poco esfuerzo, mover grandes volúmenes de la mercancía más valiosa que albergaba entonces Asturias: el carbón de piedra. Esas primitivas vagonetas usaban la denominada “tracción de sangre”, la sangre de mulas, caballos y bueyes o muy frecuentemente de los propios mineros.
En 1852 ocho locomotoras de vapor procedentes de Inglaterra protagonizaron la trascendental epopeya del primer ferrocarril asturiano y cuarto peninsular. Aquellas ocho máquinas fueron los primeros motores usados en Asturias para desplazarse por tierra, marcando un antes y un después.
Tras ellas, llegarían muchos cientos más que recorrerían incansables los valles asturianos sirviendo a las minas, las industrias, el comercio y los cada vez más numerosos viajeros. Primero británicas, luego fueron belgas, francesas, americanas y, sobre todo alemanas. La producción nacional de maquinaría ferroviaria, sin embargo, resultó siempre muy limitada, centrada en un puñado de constructores vascos y catalanes. La fabricación asturiana fue aún más insignificante.
Todas estas máquinas arrastraron muchos miles de vagones para mercancías, de tipos muy distintos, aunque centrados esencialmente en el acarreo de carbón. Para los viajeros, los espartanos coches de tercera que usaba la inmensa mayoría de la población, contrastaban poderosamente con el lujo de los coches de primera, reservados a los más pudientes. Aun así, para ricos y pobres, para mercancías y viajeros, la madera fue el noble material elegido para vestir los vehículos durante más de un siglo.
Por eso, los vestigios supervivientes de aquellas máquinas, vagones de mercancías y coches de viajeros, son testimonios irremplazables y constituyen, sin duda, uno de los grandes tesoros del patrimonio histórico asturiano.
LÓPEZ GARCÍA, Mercedes (dir.): La Vía Estrecha en Asturias. Ingeniería y construcción (1844-1972). Gran Enciclopedia Asturiana, Gijón, 1995
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