por Natalia Tielve García
Doctora en Historia del Arte, Profesora Titular de Historia del Arte en la Universidad de Oviedo, es Secretaria de INCUNA, Asociación de Arqueología Industrial y Vocal del Consejo de Patrimonio Cultural del Principado de Asturias.
Centrales térmicas y aprovechamientos hidroeléctricos han hecho posible el desarrollo industrial y la modernización de Asturias. Y no solo eso: en ellos pueden rastrearse soberbios testimonios del diálogo arte y técnica.
Las demandas de la sociedad industrial, la mecanización, el equipamiento técnico, los abastecimientos, el aumento de la población y el desarrollo urbano, estimularon el imparable avance de la industria energética.En Asturias, el impulso que el suministro eléctrico conoció avanzado el siglo XIX estuvo íntimamente ligado al desarrollo de la industria carbonífera, con la que hemos de vincular los primeros grupos térmicos instalados en la región.
La generación de electricidad en forma de corriente alterna, entrado el siglo XX, hizo posible transportar energía a gran distancia, producir a escala masiva y, en consecuencia, potenciar la producción de energía hidráulica. Los saltos de agua de Somiedo, en particular la central de La Malva, activa desde 1917, constituyen soberbios exponentes de este proceso. La promoción de grandes aprovechamientos hidroeléctricos, incentivada en los años del franquismo, tuvo como hito esencial la titánica construcción de la Central y Salto de Salime, obra declarada de absoluta prioridad nacional, estratégicamente indispensable para la mejora del suministro de energía.
A esta seguirían otras monumentales unidades, auspiciadas por Hidroeléctrica del Cantábrico y, al igual que la central de Salime, magistralmente intervenidas por Vaquero Palacios: Miranda, Proaza, Tanes y Aboño, esta última termoeléctrica. Fruto de la estrecha colaboración de profesionales afines, los saltos de Silvón, Arbón y de Arenas de Cabrales promovidos por Electra de Viesgo, contaron con la cualificada intervención del arquitecto Álvarez Castelao, el ingeniero Elorza y el pintor A. Suárez.
La relación de la arquitectura con su entorno, el diálogo con la ingeniería, la incorporación de las artes plásticas y el diseño - temas planteados por algunos de los principales teóricos y artífices del Movimiento Moderno - se resuelven espléndidamente en estas obras, dando como resultado una labor integradora que constituye uno de los más apreciables testimonios del Patrimonio Industrial asturiano.
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